Cuando llegaba el verano, siempre estaba esperando conocer cuál era la fecha en la que partiríamos hacia la casa de los abuelos. Además del calor sofocante del estío que de esta manera evitábamos, por ser nuestro destino una capital de Castilla León, los recuerdos de los veranos anteriores hacían de esta espera la mayor de las ilusiones del año. Uno de los atractivos principales era conocer las historias que el abuelo nos contaba, y el otro compartir las venticuatro horas del día con nuestros primos.
Mi abuelo se quedaba en la cama hasta bastante tarde, y sus nietos acudíamos a su habitación casi todas las mañanas, intentándo que nos contara alguna de esas historias que nos permitían divisar de puntillas otro tiempo y por unos momentos sentir que habitabas otros cuerpos y otras vidas. Mi abuelo, con un discurso pausado, no parco en descripciones de paisajes o de personajes, nos transmitía una gran cantidad de sensaciones, que la mayor parte de ellas nunca íbamos a experimentar, cuestión que en ese momento eramos incapaces de dilucidar: el peligro de la batalla, el sinsentido de una guerra en la que hermanos quedaban a los dos lados de la contienda, la amistad de aquel que le salvó la vida, la necesidad que acusó durante postguerra, el contacto cotidiano con la naturaleza, la capacidad humana para autosuperarse.... en otras ocasiones los protagonistas eran otros, pero estas historias no eran narradas a voz sino escritas.
Por aquel entonces no éramos capaces de saber que la vida que nos esperaba no tendría nada que ver con la suya, que la vivencias de finales del siglo XX y principios del XXI iban a estar almidonadas y narcotizadas con toda clase de artilugios, que la vida iba a ser diferente, como de plástico, menos real, para aquellos que pertenecieron a dos generaciones posteriores.
Así que ahora cabe preguntarse si aquellas historias que el abuelo contaba, que dejaron en sus nietos la idea de una vida más plena aúnque insegura, en la que en cualquier momento un peligro podía acechar, donde la vida y la muerte se miraban a la cara con pausa y retratándose, no habrá calado en nuestro anhelo, e inconcientemente, seguimos buscando esa vida llena de misterios y peligros. Una vida real.
En el libro de Ernesto Calabuig se puede gozar de una serie de relatos que con la voz de la añoranza nos narra parte de la infancia, la adolescencia y experiencias del pasado, que adornados con la pátina de los recuerdos, alcanza en determinados momentos una gran belleza, la de la sencillez de lo cotidiano que discreta se muestra pero nos es tan dificil descubrir y valorar. No seas tan discreta belleza, escupe.
Delicadeza
Hace 2 días
2 comentarios:
Hola. Soy Ernesto, el autor de Un mortal... No sé quién eres ni cómo te llamas, pero una alerta de Google me avisó de que hablabas en tu blog de mi libro. Te agradezco mucho que lo hayas leído y quieras comentarlo aunque sea a través de un texto de tu propia infancia castellana, sin duda con tantos puntos en común con esta otra mía valenciana de "Risas Bobas". Así que un abrazo y mil gracias por esta mención y por tu interés.
Muchas gracias Ernesto, tu libro me ha gustado mucho porque abre una puerta a todas esas pequeñas historias que llevamos todos dentro, con él he podido, no sólo visitar el mundo de tus personajes que con tanta delicadeza y belleza describes, sino tambien recordar momentos de mi propia vida que parecían enterrados.
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