martes, 5 de enero de 2010

FROZEN RIVER



¿Existe un equilibrio entre los hechos y sus consecuencias? ¿Existe algún lugar en el que se sopesen los actos según la ética? ¿O por el contrario son las leyes las encargadas de tramar un débito a cada ruptura de este pacto tácito que la sociedad ha aceptado?
Quizá el principal debate en este film se centra en torno a la paradoja entre la legalidad y la equidad de nuestros actos.
En esta realidad en la que la balanza se halla inclinada hacia un mundo y hacia un grupo; resulta, que para algunos es muy sencillo jugar, así siempre habrá unos pocos que ganen todas las partidas, los vencedores, " los privilegiados".
Y en esta historia de vencidos, se les ha otorgado el derecho de narrar a ellos: a los desarrapados, a los desfavorecido, a los ilegales. Y lo hacen desde el grito ahogado de la impotencia, desde el silencio, a través de la mirada triste que reclama su oportunidad, que muestra el dolor de una la herida cada día más abierta, de una brecha cada vez más distante, de una realidad ineluctable.
Y ellos, los exentos de toda instrucción, a través de su sufrimiento, pueden percibir lo que nosotros, somos incapaces de atisbar: un mundo forjado a la medida de unos pocos.
Ante todo esta película es una historia de amistad, la amistad que surge en las circunstancias menos favorables, en las condiciones en que la miseria favorece que los seres humanos abandonen sus principios y luchen con la única intención de sobrevivir. Por eso se trata de una amistad real y sincera, la que nace entre dos mujeres unidas ante la exigencia de amamantar a sus crías, y satisfacer la primera necesidad: la del cobijo y la comida. Aquella que surge en la rivalidad que este mundo nos ha enseñado a desempeñar, y cuyo valor trasciende gracias al mayor regalo que un ser humano puede dar: su libertad.
Frente esta mirada agria a la vida, las leyes tienen poco que decir, los actos dejan de ser calibrables, y son las propias víctimas y transgresoras las que deciden aceptar cuál es su responsabilidad .