domingo, 23 de agosto de 2009

Hiroshima, mon amour. Alain Resnais.


No me enamoré de ti, me enamoré de Hiroshima,
"Tu nombre es Hiroshima
Y el tuyo Nevers".

Existen determinadas piezas de arte que cuando tenemos la oportunidad de observar, producen un efecto curioso en nosotros; al tiempo que nos maravillan, nos supone un peso enorme continuar saboreandolas, estamos deseando que finalice ese cara a cara, al tiempo que disfrutamos enormemente de su ingenio y sensibilidad.
A mi ésto me ocurre muy a menudo con determinadas películas que comienzo a visualizar, con algunas áreas de ópera que no soy capaz de terminar de escuchar, con concretas piezas de piano que desaría tocar pero que nisiquiera hago el esfuerzo de buscar su partitura para comenzar a ensayar, con textos que no puedo continuar leyendo pero que al cabo de los años logro retomar.
Es, como si laceraran a la vez que lambiesen la herida en carne viva de nuestra experiencia, y en este tránsito su efecto fuera de enorme dolor y placer curativo a la par, tal y como si esa interpretación nos condugera al eterno retorno de los errores de nuestra existencia, en un intento de retomar y sanar estos pequeños o grandes traumas.
Si eres capaz de parar un instante y arribar a su final, de impregnarte de todo su flavor y color, de analizar su abirragada trama de múltiples texturas, de sumergirte en el universo que ante tus sentidos se descubre, que sin dejar de ser ajeno se convierte en tuyo.
Entonces, sólo entonces y con golpe de suerte, puedas, no alcanzar la cura, pero si vislumbrar un ápice del dolor o error recurrente, y conocer y aceptar esa parte de tu recorrido que te ha llevado al lugar en que estás.